Viernes a la tardecita en Montevideo. La Avenida Garzón parece un juego de carreras de autos, con desvíos sorpresivos y cambios de pavimento. La última flecha de luces intermitentes me deposita en una calle empedrada que corre junto a las vías del tren. Al otro lado del tejido de alambre y las madreselvas, los vagones abandonados parecen vestigios de una antigua civilización. En la esquina, la única luz de mercurio alumbra un cartel en forma de cruz. Paso el auto por sobre las vías y me encuentro frente a la Plaza Vidiella. La rodeo para desembocar en la esquina de Garzón y Lezica, donde parecen haberse congregado todos los habitantes de Colón. Atravieso lentamente esta pequeña Bombay invernal buscando el liceo N° 9. Entre los antiguos caserones, dos franjas de ventanas con luz fluorescente y un enjambre de motocicletas me señalan el lugar.
Está por empezar el turno nocturno. Los estudiantes se apresuran. Dejo el auto dentro del estacionamiento del Liceo y pegunto por el Salón de Actos. Es en el edificio viejo. Al final de un pasillo, después de la sala de Profesores. Tras estas puertas está teniendo lugar la presentación de La Otra Odisea en Montevideo.
Adentro me encuentro con una multitud escuchando con atención las palabras de Bea y Guille, los autores de este libro. Más o menos la mitad de los asistentes son identificables como pertenecientes al liceo, entre profesores y estudiantes. La otra mitad es más difícil de encasillar. Hay de todas las edades, desde niños chicos hasta ancianos. Madres, padres, tíos, hermanas. Observando mejor distingo la piel colorada de quien trabaja al aire libre y la ropa de domingo del que viene a pasear a la capital. Son algunos de los habitantes del mismo pueblo de pescadores de Rocha que Agustín, el protagonista de “La Otra Odisea”. Todos, hasta los más chicos, están pendientes de lo que cuenta Beatriz, a quien escuchan como si recién llegara de un viaje.
Es verdad. Guille y Bea están terminando un largo viaje que los llevó a la Barra de la Laguna de Rocha pasando por Kefalonia, en Grecia. Y que empezó mucho tiempo atrás con el cuento “El Misterio de Homero” de A. Poleschuk. En 2009 presentaron el proyecto de hacer una novela gráfica inspirada en esta obra. El Fondo Concursable para la Cultura los premió y les otorgó el dinero para publicar el libro. Como ellos mismos dicen en las primeras páginas, “escribujar una novela gráfica puede ser una aventura… literalmente una odisea”.
Hay un paralelismo consciente entre la peripecia de los protagonistas de la novela y el trabajo de producirla. “La Otra Odisea” es un título que acepta varias lecturas; el viaje tras los pasos de Ulises tanto como la relectura del poema homérico y el propio proceso de crear la historieta. Bea y Guille han demostrado un gran olfato al acercarse a esta comunidad de pescadores. El pasaje de los paisajes rochanos a los de la Hélade sucede en forma natural, casi sin que nos demos cuenta, las barcas de los pescadores parecen flotar en el Egeo y en los cuentos del abuelo resuena un eco mitológico.
Los autores optaron por un dibujo completamente hecho a mano, en el que la textura de la pincelada sobre el papel otorga densidad a las imágenes, emparentando a los dioses griegos con los personajes actuales. El estilo oscila entre un realismo casi fotográfico en algunos paisajes y una estilización de los personajes principales más propia del cómic. La puesta en página es dinámica y acompaña la acción, salvo en algún recurso gráfico un poco esquemático, como las guardas griegas en las escenas del pasado.
En esta historia hay un elemento de ciencia ficción que es central al argumento. Esto no hace que la historieta se transforme en un relato de género. En un logrado equilibrio, el aspecto fantástico está integrado con la suficiente verosimilitud como para que no moleste, en una trama en la que pesan más los personajes y el contexto literario que la tecnología. Bea y Guille logran presentar una visión original recurriendo a elementos que abundan en la narrativa juvenil uruguaya. El personaje que viaja del interior a la capital, el viejo narrador del pueblo, el adolescente hábil con la tecnología, no son nuevos, pero aquí están al servicio de una historia sólida y con interesantes subtramas.
Este relato se siente real. Del mismo modo que los pescadores y sus familias que estaban el viernes 24 en el liceo de Colón se veían reflejados en los dibujos y la historia de La Otra Odisea, los demás lectores nos damos cuenta que esa laguna, esa niebla y esas barcas existen. ¿Cómo no vamos a creer en la existencia del propio Homero?